domingo, 5 de julio de 2015

Rebatiendo el Psicoanálisis: La Represión

Para empezar: ¿qué es la represión? Sólo ésta pregunta ya tiene una cierta complicación. Esto es debido a que el concepto original, igual que muchos conceptos psicoanalíticos, tiene definiciones abstractas e incluso se usa de forma diferente según la situación. Esto no puede ser de otra forma, precisamente debido a que el psicoanálisis siempre juega la baza de la interpretación y la subjetividad. Teniendo esto en cuenta, sí podemos establecer ciertas características que el concepto de represión suele cumplir (Singer, 1995):
  1. Se refiere al olvido selectivo de algo que de alguna forma nos hace daño.
  2. No está bajo control voluntario.
  3. La información reprimida no se pierde, sino que está almacenada en el “inconsciente”, y puede ser recuperada si la ansiedad asociada a dicha información se elimina.
La investigación para averiguar la validez de este concepto en concreto no es ni mucho menos reciente. De hecho debemos llevar alrededor de 80 años o más de investigación desde que se empezó a intentar estudiarlo de forma científica. En todo ese tiempo nunca se ha encontrado una evidencia científica y empírica de que el concepto de represión exista realmente. Por supuesto, existen estudios que han intentado demostrarlo, pero ninguno ha conseguido ser suficientemente convincente científicamente como para que se haya considerado. Estos estudios siempre han sido objetivos de muchas críticas de todo tipo, sobre todo metodológicas, tanto que obviarlas y usar esas investigaciones como pruebas supuestamente “irrefutables” sobre la existencia de dichos conceptos, personalmente me parece poco honesto.

Por supuesto, aunque no haya evidencia de la represión como tal, sí hay evidencia de otros procesos e incluso regiones cerebrales que si son dañadas, la percepción y al recuerdo se pueden ver afectados. Pero es muy importante no confundir la evidencia de éstos con la supuesta evidencia de la represión (Singer, 1995). Son cosas muy diferentes.

Ya desde los años setenta (Holmes, 1972) aparecen estudios muy reveladores, que echan por tierra las investigaciones anteriores que apoyaban el concepto de represión, argumentando que los resultados que aparentemente encuentran no se deben a la represión, sino a las interferencias que producen en la memoria las tareas que hacían en dichas investigaciones, y a una mala atribución o interpretación de los resultados por parte de los investigadores.

Eysenck y Wilson (1980) realizaron hasta una recopilación de las investigaciones que en teoría estaban mejor fundamentadas sobre el psicoanálisis (entre los diferentes temas figura la represión), para después comentar cuáles son los errores y críticas que se les pueden hacer, desde el tratamiento estadístico hasta las interpretaciones alternativas con más evidencia científica de los resultados.

Os voy a poner un ejemplo de una de esas investigaciones que se proponen como evidencias científicas del concepto de represión. Talarn (2004) afirma que existen pruebas científicas, dentro del campo de las neurociencias, que apoyan la existencia de diversos conceptos psicoanalíticos, como por ejemplo del concepto de represión.

Existe un estudio (Anderson et al. 2004) en el que se afirma que la corteza prefrontal lateral podría ser capaz de intervenir de alguna forma sobre el proceso de formación de recuerdos del hipocampo. Esto es una hipótesis que hacen, al haber estudios que relacionan dicha corteza con procesos como la detención de respuestas motoras o la superación de interferencias en una serie de tareas cognitivas. Este proceso de “eliminación” o “alteración” del recuerdo, es lo que, para los psicoanalistas, apoya el que una persona supuestamente pueda “reprimir” de una forma “inconsciente” algún recuerdo.

En esta investigación dicen usar el “paradigma think/no-think”. Este paradigma, que intentaron probar por primera vez Anderson y Green (2001), nos dice que supuestamente existe algún tipo de mecanismo con el que contamos las personas para inhibir los recuerdos que no queramos. La prueba en la que se basan consiste en enseñarles a los sujetos pares de palabras que, en un principio, no tienen relación entre sí (por ejemplo mesa/gato), y pedirles que las recuerden, de forma que cuando les enseñen la primera, tengan que recordar la segunda. Después de darles tiempo para que aprendan las palabras y antes de pedirles que las recuerden, lo que les piden es que no piensen en las palabras. Lo que supuestamente encontraron es que cuanto “menos pensaban” en las palabras, más probable era que no las recordaran. Lo olvidaban incluso cuando las palabras sí que tenían relación entre sí (por ejemplo animal/gato). Lo que, según ellos, es la prueba de que tenemos ese mecanismo para inhibir recuerdos.

Sin embargo, hay estudios (Bulevich, Roediger III, Balota y Butler, 2006) que no han conseguido replicar ese paradigma, aun intentando reproducir las mismas condiciones que la investigación original, lo que parece indicar que el fenómeno de la supresión del paradigma think/no-think no es muy robusto experimentalmente. Además sugieren que los resultados que obtuvieron en el estudio original pueden ser explicados por la Interferencia Retroactiva. Este es un fenómeno que ocurre cuando una nueva información aprendida interfiere e impide el recuerdo de la información aprendida previamente. ¿Qué quiere decir esto? Que si en el espacio de tiempo que hay entre el aprendizaje inicial de la información y el momento de recuperar o recordar esa información (intervalo de retención), haces que la persona haga otras tareas, se van a producir interferencias significativas con la información que se ha intentado aprender. Es decir, que habrá una tendencia a no recordar bien esa información inicial. En el estudio original, cuando les decían a los sujetos que no pensaran en las palabras, lo que realmente estaban haciendo es poner una tarea distractora en el intervalo de retención, produciendo así interferencias en el recuerdo. Probablemente lo que hicieran los sujetos de la investigación fuese tratar de pensar en otra cosa o algo similar, es decir, una tarea distractora. Sólo que los investigadores atribuyen esa interferencia en el recuerdo a, digamos, “la voluntad del sujeto de querer suprimir su recuerdo” y no a la tarea distractora que, sin saberlo, les han pedido hacer. Es sencillamente una mala atribución de los hechos por su parte.

Por esta razón, el estudio de Anderson et al. (2004) en el que afirman que la corteza prefrontal podría ser la causante de la inhibición de los recuerdos, está usando como válido un fenómeno que no está bien probado experimentalmente, que es el de la supresión del paradigma think/no-think, y del que además hay explicaciones alternativas verdaderamente convincentes y muy estudiadas, como es la interferencia retroactiva. Este fenómeno ha sido estudiado multitud de veces, con el fin de entender su funcionamiento: por ejemplo (por comentar un par de estudios que he encontrado), para saber hasta qué punto el contexto en el que se produce influye en él (García-Gutiérrez y Rosas, 2003) o si el mayor o menor aprendizaje de la información inicial y/o la información intercalada puede afectar a la interferencia retroactiva (Bauml, 1996). Estos hechos le restan bastante peso experimental al estudio de Anderson et al. (2004) y sin duda es un problema enorme como para obviarlo y afirmar que es una prueba científica del concepto de represión.

Creo que, como Singer (1995) sugiere, después de haber intentado hacer tantos estudios e investigaciones sin conseguir evidencia que sustente esta teoría, puede ser el momento de pasar página, abandonar dicha teoría o como poco cuestionarla muy seriamente; teniendo en cuenta que evidentemente nadie puede probar la hipótesis nula de este concepto, es decir, no se puede probar que la represión no existe (igual que no podemos probar que Dios no existe), pero después de tanta investigación sin resultados, creo que es razonable preguntarse si merece la pena seguir por ese camino.


Bibliografía

domingo, 7 de junio de 2015

La culpa es mía, señor juez

La historia es la siguiente. El 7 de mayo de 2006 se publicó en el país un artículo llamado “Freud nos mira”, que, en líneas generales, viene a ensalzar la importancia del psicoanálisis en todos los sentidos.

Como es de esperar, al artículo no le falta imaginación, pero tampoco majaderías, de esas a las que, por desgracia, ya nos tienen habituados éstos, los sacerdotes de la religión del siglo veinte, y las cuales, paradójicamente, me hacen perder la fe en la humanidad. 

No voy a perder el tiempo en discutir las cosas que ahí se dicen, pues conllevaría hacer otro artículo aparte y además las respuestas que os pongo después resumen muy bien mi opinión. Los tres textos los he transcrito de un documento disponible en el blog del propio Esteve Freixa i Baqué (aquí). He aquí el primer escrito:

Freud nos mira

La idea que los individuos occidentales poseen sobre sí mismos, e incluso Occidente en cuanto colectividad, sería radicalmente distinta sin pensadores como Sigmund Freud, del que se conmemoran los 150 años de su nacimiento. Hasta el final del siglo XIX se atribuían las enfermedades mentales a deficiencias orgánicas en la estructura cerebral. No había prendido todavía la corriente que comenzó a pensar los conflictos personales como efecto de enredos anidados en zonas oscuras e inconscientes del espíritu y cuya formación habría tenido especialmente lugar en las etapas de la infancia, según culminó Freud. A menudo, cuando se descalifica a Freud y a sus teorías, se le tilda de literato más que de científico, de hombre de ocurrencias más que de ideas, gran lector de literatura y de filosofía, más volcado en la intuición que en la experimentación, repetidamente tentado de elevar las anécdotas clínicas a teorías y, con ello, temerariamente expuesto a la crítica profesional. Sin embargo, ¿cómo hablar de la historia del arte, del cine, de la literatura, de la música, de los masivos movimientos políticos o los extraños movimientos del corazón ignorando a Freud? De igual manera que, sin distinguir entre izquierdas o derechas, todo el pensamiento culto del siglo XX está impregnado de marxismo, casi cualquier diagnóstico actual sobre los desequilibrios de un vecino incorpora el lenguaje de Freud. En los últimos 10 años, el psicoanálisis, más o menos corregido y aderezado por otras escuelas, ha ido creciendo porque, seguramente, tras la abusiva aplicación de terapias exprés y psicofármacos a granel, una parte de los pacientes ha confiado en la profundidad de un método que se apoya en el habla; que intenta, en suma, prestar atención a los conflictos mediante la extroversión y hacerlos notorios para quienes han de tratar directamente con ellos. ¿Podría imaginarse un trato más voluntariamente humano y una cura, gracias al habla, más acorde, en teoría, con el supremo bien de la comunicación?


A este artículo le siguió una respuesta, el 9 de mayo de 2006, por parte de Ignacio Morgado Bernal, que es catedrático de Psicobiología del Instituto de Neurociencia de la Universidad Autónoma de Barcelona. En ella critica con dureza el artículo, y con mucha razón. Os dejo con la carta:

Respuesta del profesor Morgado

No puedo entender el editorial de ayer domingo Freud nos mira. No acierto a alcanzar las razones que han llevado a un diario tan serio a publicar semejantes afirmaciones.Es cierto que la falacia del psicoanálisis ha sido tan señalada por sus detractores como contestada por sus defensores. La polémica ha sido secular y al final, creo yo, nada hay en la ciencia positiva moderna que pueda sintonizar con tal falacia. Quienes dedican su vida a investigar científicamente cómo funciona el cerebro y cómo organiza la mente y el comportamiento deben sentirse profundamente decepcionados por ese editorial. Es cierto que, a diferencia del psicoanálisis y los psicoanalistas, quienes estudiamos la mente siguiendo el método científico no lo sabemos todo, pero los éxitos de la ciencia en el tratamiento de los problemas mentales están más que demostrados y se pueden conocer simplemente repasando las excelentes páginas de Salud y Ciencia de EL PAÍS en las hemerotecas. El editorialista puede consultarlas sin dificultad, pero le resultará mucho más complicado explicar a los lectores de este maduro periódico de 30 años en qué consisten "los enredos anidados en zonas oscuras e inconscientes del espíritu", quién ha negado "la influencia de Freud en las artes, el cine o la literatura", dónde están el crecimiento actual del psicoanálisis, los científicos que niegan el habla como método terapéutico, o los enfermos generosamente curados por las artes de quienes se resisten a validar científicamente sus teorías y procedimientos. ¡Qué pensarían los modernos astrónomos si, de repente EL PAÍS, reivindicara las maravillas de la astrología! Quien nos mira en 2006 no es Freud sino Cajal.


Por último, y este era el objetivo del artículo, os muestro esta interesante respuesta que Esteve Freixa i Baqué, catedrático de Ciencias de la Conducta y Epistemología de la Universidad de Amiens (Francia), escribió al periódico y que también fue publicada. Y es que opino que es tan sumamente esclarecedora y acertada sobre este tema, que debería leerla todo el mundo. Es en momentos como estos, en los que, después de leer y escuchar tantas bobadas y estupideces sobre la naturaleza del ser humano por parte de los psicoanalistas, leo y descubro que verdaderamente hay personas interesadas en el conocimiento científico y en el bien común, y es entonces cuando empiezo a recuperar la fe en el ser humano. Aquí está la carta:

La culpa es mía, señor juez

Llevo semanas dudando, pero, vistas las proporciones que está tomando el asunto, mi conciencia me empuja a denunciarme. En efecto, aunque a más de 1.000 km de distancia (norte de Francia), he seguido con estupefacción la polémica provocada por la respuesta del profesor Ignacio Morgado Bernal al editorial de su periódico conmemorando el 150 aniversario del nacimiento de S. Freud. Y debo confesarles que todas las acusaciones, anatemas y afirmaciones (desagradables e insultantes donde las haya) dirigidas contra el profesor Morgado constituyen una grave injusticia para este buen amigo, puesto que toda la culpa es mía. Me explico. Estaba yo pasando un par de semanas en mi Barcelona natal y aproveché para visitar a compañeros de los que los años y la distancia me habían alejado; y Ignacio fue uno de ellos. Entre las mil cosas que evocamos salió el eterno tema del psicoanálisis y su influencia respectiva en España y en Francia. Pocos días más tarde, participé en una emisión de divulgación científica en el canal “Barcelona TV” en la que se me entrevistó justamente acerca de Freud y en la que tuve la ocasión de exponer algunas de las críticas que desde hace ya un cierto tiempo son dirigidas contra el psicoanálisis y su fundador. Y después apareció el editorial de su periódico. Ignacio estaba indignado pero me comentó que ya ni siquiera pensaba replicar. Y yo, que acababa pues de “arremeter”, le contesté que era lástima dejar un tal escrito sin la respuesta que se merece, pero no pensaba llegar a convencerle. Cual no fue pues mi sorpresa al leer su escrito y la retahíla de cartas que han seguido. Y por ello me siento obligado a saltar a la arena, a menear la capa y la muleta para desviar la atención del toro que está ferozmente embistiendo al profesor Morgado cuando el instigador, el culpable, soy yo. Y para muestra, un botón.

El profesor Morgado, al tratar al psicoanálisis de “falacia”, se ha queda corto; cortísimo. Hoy en día existen pruebas documentadas, publicadas e irrefutables que demuestran claramente que Freud mintió descaradamente, que ninguno(a) de sus pacientes mejoró nunca (al contrario); que el mismo día que pronunciaba una conferencia afirmando que Dora estaba completamente curada escribía una carta a su amigo el Dr. Fliess confesándole que estaba desesperado y que no sabía qué hacer con ella (se han encontrado, en efecto, los registros de los diferentes hospitales psiquiátricos por los que erró el resto de su vida) etc. Yo, como muchos, llevaba años criticando al psicoanálisis (por mil razones que estoy dispuesto a exponer cuando y donde sea) pero pensaba que su fundador era intelectualmente honrado y obraba convencido. Equivocado, pero de buena fe. Hoy en día, incluso esto se derrumba (lo que no implica que sus seguidores sean también unos impostores: nunca he dudado de que la inmensa mayoría de psicoanalistas creen sinceramente en lo que predican y aplican. Pero también pienso que la mayoría de curas y obispos creen sinceramente en Dios, el Cielo y la Virgen sin que por ello yo esté obligado a ser creyente. Y puesto que hablamos de religión, llamemos las cosas por su nombre (y vayan ya preparando la hoguera para quemarme): el verdadero estatus del psicoanálisis es el de una secta (o una religión, si prefieren ustedes, puesto que una religión no es más que una secta que ha triunfado). Y se lo voy a argumentar. ¿Cómo se llega a ser psicoanalista? Sencillamente, sometiéndose (con todos los sentidos de la palabra) a un psicoanálisis hasta que el psicoanalista formador considera que el novicio ha integrado suficientemente la doctrina como para poder ejercer a su vez. Este procedimiento tiene un nombre: rito de iniciación, noviciado; cooptación, en suma. Como para entrar en cualquier secta. ¿Sabe el hombre de la calle que para ser psicoanalista no es necesario ser ni psiquiatra ni siquiera psicólogo? ¿Que muchos de ellos son filósofos? ¿Que el vecino de al lado puede serlo si sigue el rito? Cierto, muchos de ellos lo son, pero cuando ejercen como psicoanalistas no aplican lo que les han enseñado en las facultades de medicina o de psicología sino lo que han aprendido tendidos en un diván. Esto es gravísimo, señoras y señores. ¿Sabe el hombre de la calle que la mayor parte de los escritos de Freud fueron encerrados por sus “herederos” (su hija Ana, la princesa María Bonaparte y su historiador oficial, Jones) en unos contenedores que se hallan en la Biblioteca del Congreso de los EEUU, con prohibición de ser abiertos antes de finales de siglo? ¿Qué terribles secretos han así segrestado, sustrayéndolos a la mirada de los historiadores y difundiendo en su lugar una versión expurgada, una especie de Vulgata? Seguramente algo de muy grave, capaz de dar un golpe mortal a la doctrina. ¿No les recuerda esto algo?

El psicoanálisis es a la ciencia de la conducta lo que la astrología es a la astronomía, lo que la alquimia a la química, el vitalismo a la biología, el charlatanismo a la medicina, el creacionismo al darwinismo: un oscurantismo reaccionario e inoperante. Y si sólo se tratase de una discusión metafísica, como la del sexo de los ángeles, yo le hubiese dado razón a Ignacio: no vale la pena perder el tiempo polemizando con sectarios disfrazados de humanistas. Pero detrás de lo que puede parecer una simple querella de escuelas están los pacientes, estas persones que sufren, que piden ayuda y que merecen que se les atienda como Dios manda, es decir, con todos los adelantos que, en un siglo, hemos conseguido en el campo del conocimiento del ser humano y de su conducta. ¿En qué otro ámbito celebraríamos y nos conformaríamos con conocimientos viejos de más de un siglo? El bienestar de los pacientes es demasiado importante como para dejarlo en ciertas manos.

Dixit et salvavit animam meam.

sábado, 24 de agosto de 2013

¿Qué es la psicología? Algunos mitos IV: "El psicólogo es un loquero"

Por último queda hablar de un mito muy extendido:

“Los psicólogos son loqueros” o “No voy al psicólogo porque yo no estoy loco”

Probablemente estas sean de las frases que más he escuchado a las personas en general, en sus distintas variantes. Vayamos por partes. Estas afirmaciones  están dando por supuesto que las personas que van al psicólogo están “locas”. Para empezar, ¿alguien puede explicar qué significa exactamente “estar loco”? Nunca oirás a un psicólogo usar la palabra “loco”, por lo menos dentro de un contexto serio. Esto es por dos razones básicamente: la primera es que “loco” es una palabra extremadamente imprecisa y desfasada, llegando a tener, según la RAE, diez acepciones diferentes (sin incluir locuciones adverbiales o expresiones coloquiales), y además es bastante despectiva en general, con lo cual no parece muy adecuado usar este concepto en un ámbito científico; y la segunda razón es que, incluso suponiendo que todos entendamos lo mismo al decir “loco”, digamos una persona con algún trastorno mental grave, cabe decir que los psicólogos no se ocupan únicamente de las personas con trastornos mentales o que tengan conductas inapropiadas o desadaptativas, sino que les interesa toda la conducta en general.

Con relación a este último punto cabría hablar de las diferentes ramas de la psicología o los diferentes ámbitos en los que puede trabajar un psicólogo, viendo así que efectivamente un psicólogo no sólo se ocupa de enfermedades mentales o de conductas anormales. Ya escribí otro artículo hablando de esto aquí.

Ahora, si nos centramos en el psicólogo clínico, al que sí le interesan los trastornos mentales de todo tipo o las conductas anormales, la palabra “loco” tampoco es útil para nada. ¿Llamaríais loco a alguien con depresión o con ansiedad? No lo creo, puesto que todo el mundo antes o después en su vida ha estado deprimido o ha tenido ansiedad ante alguna situación determinada. Por suerte muchas personas son capaces de superar algunos de estos problemas por sí mismas, puede que porque no lleguen a ser muy importantes o porque hayan aprendido las herramientas necesarias para salir de ello. ¿Entonces todas las personas que se hayan sentido deprimidas o con ansiedad, por decir algo, significa que han tenido un trastorno mental? Evidentemente no. La diferencia está en que es fundamental que ese problema te invalide o te impida llevar una vida satisfactoria, y si no es así, sencillamente no hay ningún problema que resolver.

Para hacernos una idea de lo comunes que pueden llegar a ser los trastornos mentales, podemos echar un vistazo a los datos de prevalencia de éstos según Campo-Arias y Cassiani (2008). Se estima que el 32,7% de las personas sufrirá algún trastorno mental a lo largo de su vida y hasta un 25% se dará en los últimos 12 meses. En una muestra representativa de seis países europeos se encontró una prevalencia de vida para cualquier trastorno mental del 25% también. Los datos de una encuesta mundial de salud mental indican que el riesgo de padecer cualquier trastorno mental puede llegar al 26,4%. Estos datos están diciendo que entre 2 y 3 personas de 10 sufrirán o sufren un trastorno mental. Los datos pueden variar bastante dependiendo del lugar también, por ejemplo, en unos estudios en Latinoamérica se informó de que la prevalencia de los trastornos mentales a lo largo de la vida es del 45,9%. Es decir, que según esos datos casi la mitad de la población puede sufrir un trastorno mental a lo largo de su vida. Esto nos dice que los trastornos mentales son algo relativamente habitual.

Muchas personas cuando dicen “loco” o escuchan aquello de “trastorno mental”, piensan inmediatamente en personas psicóticas, con esquizofrenia o incluso en personas peligrosas e inestables. Esto no es así para nada. Primero, las personas con trastornos mentales no son más peligrosas que las personas sin ningún trastorno mental. El porcentaje de personas violentas sin trastornos mentales es exactamente el mismo que el de personas violentas con trastornos mentales, es decir, que el trastorno no influye nada en ese sentido, salvo algunas excepciones muy concretas. Y segundo, los trastornos mentales abarcan una gran variedad de problemas, y muchos con los que más de uno se sentirá identificado en mayor o menor medida, por ejemplo: tics, depresión, ansiedad, hipocondría, problemas sexuales, problemas de la conducta alimentaria, trastornos del sueño, fobias, problemas con el juego, tricotilomanía (arrancarse el pelo), morderse las uñas, trastornos obsesivos-compulsivos, etc. Seguro que casi todos conocemos a alguna persona que siempre dice que está enferma o que le pasa algo malo; o personas con tics en los párpados, o que les tiemblan las manos cuando están en la cola del supermercado y la gente está esperando a que termine de pagar. Todos hemos tenido ansiedad cuando hemos ido a algún examen o nos hemos deprimido cuando ha ocurrido algo malo. Todos hemos pasado malas noches sin poder pegar ojo porque algo nos preocupaba, o nos hemos hecho “adictos” a un juego, a una comida, a un programa de televisión durante un tiempo. Casi todo el mundo conocerá a alguien que se muerda las uñas o que se lava mucho las manos o alguien que cada vez que ve una araña, una serpiente o un ratón salta como si tuviera un muelle y huye gritando. Pero esto no significa que tengan un trastorno mental, porque por la razón que sea ese problema no ha ido a más y no se ha convertido en un problema real, no ha interferido en sus vidas. Pero qué pasaría si una personas se muerde las uñas hasta sangrar haciéndose heridas continuamente o tenemos tanta ansiedad ante un examen que directamente no vamos y por tanto suspendemos siempre; o si no podemos dormir un día sí y otro también, hasta que nos altera nuestro rendimiento en el trabajo; o si dejamos de comer o de salir de casa por ver ese programa de televisión que nos encanta; o te lavas las manos tanto y tan agresivamente que dañas la piel de forma permanente; o dejas de ir a algún sitio o de hacer algo por miedo a encontrarte con un ratón por el camino. Entonces puede que sí haya un problema que tratar y es posible que pudiéramos hablar de trastorno mental.

¿Es necesario tener técnicamente un trastorno mental para acudir a un psicólogo? Por supuesto que no. Puedes ir a un psicólogo para que te ayude a dejar de morderte las uñas, o si tienes problemas para dormir continuamente, si te sientes deprimido por alguna razón, o te sientes incapaz de afrontar alguna situación que te produce mucha ansiedad o miedo. Por tanto, las personas que van a un psicólogo es porque tienen un problema, de carácter psicológico evidentemente, que no pueden resolver por sí mismas y necesitan ayuda para conseguirlo, sin más.

Bibliografía